Honor de artista
reto d
mejillas. Deseó el pintor ver algunos de los bosquejos por Beatriz comenzados, mostrándoselos ésta con cierto aire de confusión; eran copias directas de la naturaleza misma que el artista no halló desacertada
éralo ella tanto, que tía y sobrino estuvieron a punto de re?ir con este motivo ligera escaramuza. La baronesa creía que bajo las inesperadas artísticas aficiones de su lectriz emboscábase
e permita disponer de su tiempo
pone sino de aquel que buen
hacerme falta
de usted necesitarla mientr
toda la vida a mi lado para proporcionarme el
racciones que digamos, mi buena
, la verdad que es hermoso, con la más peligrosa de las hermosuras... la hermosura tenebrosa de los hombres de inteligencia... y luego,
e todo cuando el alumno e
cómo esas dichosas lecciones nos
alábase la huérfana en una silla al lado de Fabrice para dibujar a la vista de éste, ya un paisaje, ya un motivo de arquitectura, si bien por atendibles razones de decencia, nunca se
, según inapelable sentencia de su tía, el encargado de iniciar y moderar los venatorios ímpetus de aquellas jóvenes Dianas, dándole en sus funciones no escaso trabajo Mariana de La Treillade, quien, para la caza, como para otras muchas cosas, mostraba singularísimas disposiciones. Deb
en vista, coger al vuelo eso que ella denominaba, el momento psicológico, y firme en sus propósitos hizo cierta ma?ana comparecer al marqués en la hora habitual de sus audiencias s
ntarte si te has decidido. Tus procederes con la se?orita de La Treillade so
orita de La Treillade me interesa... porque, a pesar de su extremada juvent
cir eso?-preguntó la b
eme ust
que cierta ma?ana sorprendiera desde las ventanas de Fab
dió-, ha sido porque me costaba trabaj
desencanto, la baronesa recobró pronto su san
das de muchacha que juega a la se?ora... apostaría que a pesar d
quiero exponerme a l
en una cueva, con una ni?a que nada haya visto ni oído y que lleve a la cám
s, a las pocas decentes bromas, a los eróticos equívocos con que aquella se?orita esmalta sus conversaciones con sus amigas, sé de sobra que por desdicha, es hoy moneda corriente entre se?oras de alta sociedad, y aun, lo que es peor... entre solteras... Pero,
mientos te hacen honor ciertamente... si tantas prevenciones guardas contra las jóvenes del día, bien puedes ir pensando en
ible, como el otro día me decía usted, tomar las mujeres a prueba, no creo que lo sea encontrar alguna que ofrezca ciertas garantías... alguna que especiales circunstancias...
uívoca mirada a su sobrino, y frunciendo sus
pero debo antes observar que las ni?as criadas en la esc
para mí es cues
i heredero... pero me permitirás te recuerde que tendrás que esperar mucho tiempo... Mi padre murió de ochenta y cin
repont con acento d
stas decepciones me ponen de mal humor.
besando antes a la bar
sos por su gabinete, aspirando con descomunal ira el frasco de inglesas s
era creído capaz de semejante locura!... ?Qué absurdo!... ?Qué absurdo tan culpable!... ?Primero, quitarme a esa muchacha que ha llegado a serme indispensable!... Después, imponerme la carga de mantenerlos, p
entándose u
ita Beatriz
mejillas, por la emoción enrojecidas, y volvió a sentarse
?or
lo que debo ser... todo lo que quiero ser... Soy una anciana enferma... Esa es mi excusa... Tus cuidados, tus
, yo absoluta
ada me preguntaba a mí propia si el valor extremo que concedo a tu compa?ía no argüía un poco de aquella pasión con respecto a ti... Así, pues, hija mía, me ha parecido conveniente decirte que de ninguna manera preten
aseguro a
un hombre de gusto y de corazón... (espéralo sentada, se dijo para sí la baronesa). En fin, lo que en resumen quiero decirte es que, si el caso llega, no obstante el sacrificio que tu ausencia fuese para mí, ten la seguridad de que yoy puede usted estar segura
a mía! permí
antó y le pres
moria un detalle olvidado por azar...-Aun tengo que decirte algo... por más que la precaución sea inútil... Al dejarte entera
fue la turbación de la lectriz, que pareció i
hastiados como él, me creeré en la imperiosa obligación de oponerme, por todos los medios posibles a la realización de su capricho... Voy, hija mía, a ponerte al corriente de nuestros secretillos de familia. ?Tan grande es la confianza que me inspiras!... Mi sobrino Pedro no tiene sino... una insignificante fortuna, que basta apenas, aun sumadas las larguezas que yo agrego, que basta apenas, decía, a persona de su nombre y aficiones, para llevar pasablemente y con cierto decoro su vida no ejemplar de soltero... Supón que en una hora de locura se case con una muchacha sin dote... es la estrechez... la miseria... y, lo que es peor, a la larga un detestable hogar... porque mi sobrino, ya su capricho satisfecho, concluiría por tomar aborrecimiento a la mujer que lo habría reducido a una premiosa existencia...
lo dude uste
mostrarme tu gratitud; empé?ame tu palabra de se?orita, y de se?orita de noble clase, d
usted mi
o me encuentro bien... Cuando me dejo dominar por mi desdichada sensibilidad, me pongo mala, de seguro...
ien, s
abandonó e
mo el marqués, al mismo tiempo que no concedía a sus rivales otra cosa que las muestras de una fría urbanidad, reservaba para ella atenciones tan expresivas que rayaban casi en la ternura. La misma inquieta hipocresía de que la baronesa acababa de darle transparente testimonio, decía claro a Beatriz cuánto sospechaba la vieja dama acerca de las intenciones de su sobrino y cuánta rosada esperanza podía ella abrigar en su pecho... Y, sin embargo, ahora más que nunca se encontraba amarrada a su adverso destino, ya que no sólo había empe?ado su leal palabra a la de
llegan a absorberse en la incontrastable atracción hacia una mujer, ella sola, ella única, ella... A fuerza de verídicos, cúmplenos confesar que el ensue?o que al marqués inspiraran los sombríos y profundos encantos de la hermosa lectriz, no tomó desde luego la forma de un meditado matrimonio; Pierrepont se hallaba muy lejos de ser un malvado, pero había vivido demasiado en el mundo y precisamente en ese mundo en que los crímenes de amor encuentran siempre complacientes jueces; además, la pasión tiene avasalladoras exigencias, y cuando la mujer entra en juego no hay nunca perfectos caballeros, presintiendo que sería de todo punto imposible obtener d
ias a cotidianas relaciones, fue exaltando su pasión de día en día, hasta ese punto en que e
as el más punzante y lúgubre aspecto. Decíale su buen sentido que, a ceder a sus íntimos sentimientos, concertaba un matrimonio de amor, corría el casi seguro riesgo de perder con las buenas gracias de su tía la fundada esperanza de su rica sucesión, y, en consecuencia, podría caer en estado de muy precaria fortuna,
e y porvenir? Horas había en que así lo pensaba en la amante efusión de su alma, otras corrían en que la idea de sus gustos cont
ez por inadvertencia, quizás con intención, presentóse Pedro a mediodía en casa, de la vizcondesa de Aymaret. Encontró a esta se?ora l
a Pierrepont que la saludaba-; ?qué hay?...
ente vengo a pedir a usted un favor un tanto eno
hóle sorprendida
!-replicól
as puertas?-preg
erta
tanas sentándose a algun
r mujer por elección de usted, declinó usted esa responsabilidad, pero al mism
pos
íga
Nu
e tuviese usted a bien ofrec
-murmuró la
vizcondesa, la broma más
so rostro de la se?ora de Aymaret, y lanzando un grito de c
ed un perfec
n que se encarga us
la encantadora vizco
dente de la se?orita de Sardonne, ?no pu
cretos... si los tiene... Pero, en fin, según lo que yo me imagino, que
e no soy rico-a?adió Pe
sted... ?pobre Bea
e de súbito y pre
de esto su
ada, porqu
t se incorporó brus
rave... puede usted encontrar en s
, mas suscitarme un obstáculo invencible, no, porque desde el momen
lusión... pero soy demasiado amiga de usted para no preguntarle si ha reflexionado uste
uerza de cari?o y de buenos procederes... aunque no se me oculta que corro el riesgo de enajenarme su voluntad en el presente y quizás en el futuro... Faltaría a la verdad si no le confesase a usted que me sería doloroso renunciar a las esperanzas de mejor posición que por ese lado abrigo... pero aún es para mí más ingrato abandonar este proyecto de casamiento con s
ente pue
sabe que es muy modesta... pues bien, q
antes y distinguidos, porque es una gran se?ora... pero suelen ser las grandes se?oras las que mejor saben
adora ocupación que pudiera a?adir a sus medios serios recursos. Aseguróle la vizcondesa que ella tenía amigos y parientes en importantes empresas financieras, y que no le sería difícil encontrar para él uno de eso
ere usted que
é en angustias de muerte... Usted ve que a esta carta juego mi porvenir... es para mí un momento sole
e Aymaret riendo-. ?Bueno, vo
itorio y escribió
las, tengo algo que decirte. Ma?ana a las
n que al día siguiente se verían en una de las avenid
pronto en su contenido nada de extraordinario, nada que pudiera distinguirla de esa correspondencia trivial que casi diariamente cruzaba con su amiga. Fue sólo aque
la se?ora de Aymaret?-le preg
o una conversación muy l
ó aquélla-,
de ust
trance de muerte: había entrevisto de un golpe la verdad, y pa
habitaciones procurando a su vez conciliar el sue?o, si lo conseguía la pobre enamorada: aquella noche no alcanzó ganarlo, que pasó sus mortales horas en mil veces leer y en comentar mil veces el billete de su fiel amiga; transcurr
a rehusársela so pena de faltar a deberes sagrados de conciencia y de honor, a deberes sagrados no sólo ante ella misma sino también ante su propio amado. Pues qué, ?no se le había advertido que al desposarlo causaba su ruina? Y ni aun decirle podía en qué
r el día salió del castillo atravesando las húmedas praderas, en busca de la iglesia, allá, en el límite del aún dormido bosque
rasados por lágrimas de fuego: dos horas más tarde la se?ora de Aymaret entraba radiante de alegría en las habitaciones de la huérf
te iba yo a escribirte rogándote que viniera
la se?ora de Aymaret
ra de San ***-y designóle una de las
? Seguramente,
uperior de las Carmelit
S
nglones recomendándome a su amabil
zcondesa, que interrogó a B
ás siquiera...-díjole con emoción
donar este mundo, para mí tan duro?... Perdóname, amada Elisa, si antes no te he hablado de mis proyectos... pero, en asunto tan grave como éste, n
ncia odiosa, sin esperanza probable de mejora... pero, ?y si yo te trajera no sólo esa esperanza sino la certeza de un porvenir más dulce, más digno... un porv
a aquello que vas a decirme, no al
cha de un dignísimo caballero... Me refiero al marq
iga una mirada fija, extra?a, somb
-balbució e
Aymaret estrechando las manos de la de S
. Experimento sorpresa... gratitud... Siento muchísimo responder con una negativa a la generosa demanda del se?or de Pierrepont... al
r, Beatriz, que tu deci
ebo reflexio
responda al marqués que pensarás?.
ses eso le
ó la vizcondesa-, ?aquí hay gato encerrado!... ?tú amas a otro! ?Tú amas a otr
-murmuró
esperan
ncólicamente por un ne
do saber
o insistas
lla con vivacidad-, ?antes eras m
rápidamente
so?...-le pregunt
có tiernamente la vizcondesa s
ía algunas palabras, recomendando Beatriz a Elisa que, por razones que brevemente le expli
sobre la entrada de su amiga en el Carmelo y dejar en la sombra esos misteriosos amores cuya semi-confidencia había logrado arrancar a Beatriz. No tardó la vizcondesa en divisar al marqués, quien lentamente se paseaba en
le apretó con fuerza la mano poniéndose a caminar al
, carmelita... Mi sorpresa es tan grande como la de usted... porque yo sabía que era piadosa, creyente, pero no beata... Necesariamente la lleva a dar este paso esa vida miserable que arrastra al lado de su horrible tía de usted... dispénseme usted la palabra... Le he prometid
la profunda palidez del marqués: paróse, pues, y tocándo
siente usted mu
ndo con tristeza-. Escúcheme... crea usted que nunca olvidaré
es con el cura de San ***, que es, a
e que eso no es un pr
. eso es muy
-a?adió Pierrepont-, que s
de Aymaret-, y ahora, me parece que deber
ue piens
va usted a explicar su partida a su tía en
lord S... invitándome a ir a pasar con él dos o tres semanas en Batsford-Park. El convite tiene un carácter especial; se trata de una reunión de caza a
asintió, la se?
; el marqués paróse un momento, y tocando la man
d antes de mi partida... hasta la vis
o! ?graci
mistad... has
a la v
las Loges, mientras que Pi
osa entrevista con Beatriz; así, pues, relacionando estos tres incidentes y atando cabos, vino a caer en la cuenta de lo que pasaba, creyendo comprender que una parte de sus sospechas habíanse realizado, aunque sin poder discernir con claridad cuál había sido el resultado; era de entera evidencia para la se?ora de Montauron que su sobrino había dado u
a de un grande alivio, porque de cualquier lado que el asunto se mirase, esa precipitada fuga no significaba en puridad otra cosa sino la desesperación de un enamorado en derrota... Beatriz había sin duda alguna cumplido su palabra, y de ese cuadrante toda tempestad resultaba conjurada. En otras circunstancias, la se?ora de Montauron ha
rqués de Pierrepont tomaba el tren, acompa?ado de las car