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Honor de artista

Chapter 9 No.9

Word Count: 3915    |    Released on: 06/12/2017

avo

iz miss Eva Brown, de la gentil millonaria norteamericana miss Ketty Nicholson, de petrolesco olor, según detenidas observaciones de Pierrepont, sin que falte en el arcangélico coro aquella por siempre famosísima se?orita de Chalvin, que se encabritaba como un caballito resabiado, según confesión de su misma interesante mamá, cuando en algo se le contrariaba. Estas se?oritas, que se habían hecho amigas e

y su ausencia había llamado la atención, puesto que era el amigo predilecto de Fabrice... pero sin duda había temido que la desposada diera un espectáculo arrojándose a su cuello delante de la concurrencia... ?Era tan tonto ese Pierrepont!... Estaba tan pagado de su persona y méritos, que se creía, el muy necio, que todas las mujeres estaban locas por él... A Marianita lo que más le chocaba en el mundo era un fatuo... Miss Eva y la se?orita de Chalvin estaban de acuerdo... únicamente miss Nicholson, aunque americana, tímida, ?rara avis!, tomó mansamente la defensa del marqués... Mariana se enfadó... Era Pedro un hombre que ella no había podido soportar... Además lo aborrecía desde que con su charla había comprometido tan terriblemente a su prima la de Aymaret... verdad que a ésta no le importaba; muy al contrario, tenía como una especie de emp

ont está siempre en Malta

reo que está

Gyt

oche en el teatro con una ella

terrogó otra vez miss Nich

humor... ?aburrido!

arqués de Pierrepont estaba de regreso en Francia hacía algunas semanas, pero no hizo más que pasar a u?a de caballo por París, para presentarse en los Genets a su tía, impacientísima ya por su larga ausencia. Pocas fechas corrían desde qu

uien lo alentó en sus desdichados propósitos acerca de la se?orita de Sardonne, que ella había sido su oficiosa mensajera para con aquella joven, que ella contribuyó en no escasa parte a la humillación que Pedro soportara, humillación que venía a hacer más punzante el efectuado enlace de Beatriz con Fabrice; por todas estas razones temió

voy a abusar otra vez de su amist

todavía tan magnánimo como para tomarme p

omper mis relaciones con él... pero antes de ir a verlo quisiera cerciorarme de si mi presencia en su casa no sería un mal rato para él, para su mujer y para mí... En una palabra, ?supone usted que la se?orita de Sardonne, mej

ersación recayese sobre su regreso de usted, me dijo aquélla que, después de haber pensado mucho, había resuelto no hacer jamás aquella confidencia a su m

puedo presentarme en casa d

ención, buscaría la causa y caería en sospechas del cuál fuese ella, lo que para nadie sería una ventaja. Le aconsejo

endo de aquí... ?cree usted que los encontraré en cas

encontrar siempre a Fabrice en su taller... y probablemente tambi

so me in

, y a poco se despidió de la se?ora de Aymar

ta de verle

n un gran calmante!-con

r en sus claras intuiciones de mujer que, bajo aquella tranquilidad seca y fría, se ocultaba algo terriblemente alarmante, porque si esta indiferencia de Pierrepont era sincera, acusaba una ligera y casi despreciativa inconstancia que el bello sexo

yos labios se entreabrieron para lanzar un grito apenas contenido merced a un duro esfuerzo; estaba sentada a pocos pasos del caballete de Fabrice, con un libro en una mano y acariciaba con la otra la suelta cabellera de Marcela, arrodillada a sus pies.

migo lord S***. La mano de Beatriz posada sobre la cabeza de Marcela abríase y cerrábase convulsivamente, haciendo centellear al vario movimiento las piedras de sus sortijas, y éste fue el único signo de emoción que diera la hermosa desposada. Dio ésta las gracias a Pedro por el brazalete enviado de Londres, prenda que encontraba del mejor gusto, informándose después del sincero interés ?la noble criatura! de la sal

nterior honrado y venturoso, que es la idea perdurable de los hastiados vi

salón de familia, cuántas veces al pasar delante de la verja de alguna riente quinta, ba?ada por el sol, rebosando de fl

atriz hacia él algo así como una especie de tristeza resignada, una carencia de amante abandonado, cierta frialdad un tanto desde?osa que parecen justificar las pérfidas profecías de la baronesa. Aunque aquella hermosa estatua le pertenezca, siente que no es suya, que hay en ella algo que se rebela, un fondo de ternura apasionada que no se entrega, que se guarda como en reserva. Y como le es imposible sospechar siquiera que en el corazón de su mujer tiene un rival, se culpa a sí mismo, y un

ecidida firmemente a identificarse con su marido; pero aunque estime sus talentos, hay en el arte del pintor algo de manual, un no sabía qué de mercantil que chocaba a esta altiva patricia. Nota también ella y nota con dolor, casi con ira, en los peque?os detalles de la vida común, ligeros solecismos de

ecuentemente a su mujer en sus paseos matutinos al Bosque. Jacques era un jinete atrevido y sólido, pero montaba mal, sin escuela y sin elegancia: su mujer se sentía avergonzada, y buscaba las más

on especial a aquellos que se distinguían por sus procederes y maneras de bohemios. Contábase en el número de estos últimos, uno que, para desgracia de Jacques, se creía éste en el deber de tolerar; llamábase el tal Gustavo Calvat, era hermano de la primera mujer de Fabrice y, por consecuencia, tío de Marcelita; sus relaciones con el pintor remontaban a la época, ya lejana, en que los dos fueron discípulos de idénti

bujas poco?, le decía

an vigorizarse las anémicas artes del siglo XIX. él, personalmente, se hacía el apóstol y el precursor de un nuevo Renacimiento... porque él, Calvat, había penetrado por manera indestructible, la inspiración y los procedimientos de esos inimitables patriarcas de lo bello... ?Y cuáles eran esos procedimientos?... La sinceridad... el candor... la fe... El artista debía principiar por borrar de un rasgo la historia del mundo, a contar del a?o 1400... olvidar redondamente que ha habido un Lutero, un Voltaire, que se ha tomado la Bastilla... era preciso no acordarse del 89

itivos (había de qué). Pasó después a imitar los maestros venecianos... luego la escuela flamenca y holandesa que tanto se aproxima a la naturalez

ideas que su contemplación sugiere a nuestra mente, prestándole un algo de esa alma que nosotros poseemos y de que ella carece; pero Calvat al oír tan exactos y atinados razonamientos, rom

a más que él. A pesar de todo, Fabrice continuaba acogiendo amistosamente a este triste pariente y aun sacándolo de muy repetidos aprietos monetarios, y se conducía así porque en su piedad de hombre honrado consideraba que aquél era el hermano de su primera mujer, criatura que, si enojosa en vida, reposaba ya en la huesa, después porque Calvat tenía un mérito siempre grande a lo

as y marcado olor a tabaco y cerveza, inspiró a Beatriz la más profunda antipatía. Cierto es que se había sentido conmovida ante las razones de sentimiento en que su marido f

ver a su sobrina tenía que ponerse paquete. ?Trascendental motivo de rencor! Aparte del cual inspirábale Beatriz esa aversión odiosa que sentía por todo lo que fuese superior, a él, ora en el orden físico, ya en el moral e intelectual.

a lo despreciaba, y la mutua antipatía de estos seres, unidos por diabólico design

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