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Honor de artista

Chapter 8 No.8

Word Count: 6174    |    Released on: 06/12/2017

rc

la misma frente serena y seria de su padre, cautivando, además, por el gentil donaire de su

spa?ol... ?Está usted seguro de no serlo?... Recuerdo haber visto en San Sebast

a usted firmemente que mi único parentesco con

nte la ausencia del pintor, pero el personal femenino, aunque un poco m

al paso breves palabras, en tono brusco, distraído, casi enojado, sin que tuviera con el padre durante las reanudadas lecciones de acuarela ni una frase cari?osa para la ni?a: el mismo angelito sentía esa especie de menosprecio, pareciendo tener miedo a la bella desde?osa. Jacques ignoraba en absoluto la tremenda prueba por que acababa de pasar la de Sardonne, prueba cuyas amarguras desgarraban to

rió para él la primera semana de

ía su juego, llegándose a besar a su padre, porque este querubín guardaba para Fabrice ternuras de mujer enamorada. Ella le hacía el nudo de la corbata, ella sacudía el polvo de su traje, ella le echaba al cuello un pa?uelo de seda para pres

guntaba-: yo me encuentro muy bien

astillo llevando en la mano su caja de colores, y sin ser advertida habíase aproximado al tierno grupo; paróse u

ustedes muc

a el otro-replicó Fabr

rada inquisitiva, y v

ucho a tu p

enemiga, respondió con un sencillo ges

. dame un bes

triz la tomó en brazos, la puso de pie sobre el ban

biesen sido concedidos a él mismo, y todos sus temores, todas sus ansiedades se desvanecieron al soplo de esos besos. Adivinó todo el calor de alma

y Beatriz se puso a la obra

edadera que servía de habitaciones al jardinero. Fabrice exami

estado usted con

a a ust

ramente..

d... Excúseme usted... soy algunas veces tan distraída... suelo estar tan preocupada... Me decía usted, se

s de cin

ó usted

muy j

no tiene más pa

o... hermano

es verdad? ?En los

, en la Asunc

mío! Se?or Fabrice, qué mal está mi enredadera... se diría de estuco... no

rita... aseguro a usted que

intora... no tengo tal

ual sinceridad un poco ruda-. Tiene uste

que en rigor pudiera propor

pero para eso habrá que co

po!-murmur

r eso dio dos golpes l

ibujo en la caja-. ?Más tiempo!... ?Ya ve usted si es

ichosa!-a?adió Fabrice echando a la h

gía extraordinaria-, no importaría nada ser sólo desgraciada...

si corriendo ha

tiempo de arriba abajo, torturado por supremas incertidumbres; después s

?or

e una galantería triviales. El único homenaje que me atrevo a rendirle, es poner mi destino en sus manos. No puede en adelante ser dichoso o desgraciado mi porvenir sino en virtud de lo que usted

al osar amarla. Pero, en fin, humildemente le ofrezco lo poco que yo so

servidor siempre y en tod

n aquellos momentos el patio de honor del castillo. Este patio, muy grande, se hallaba plantado en parte de césped y de árboles. Hermosos casta?os formaban en un ángulo una especie de bosquecillo provisto d

tá allí sentada debajo de aquel árbol, junto a la capilla..

ombra espesa de los casta?os. Interminables minutos transcurrieron; después Marcela salió del círculo de sombra y volvió hacia el cast

ios

nmóvil. Ma

papá!-

l pliego que te

lo, abierto y medio desgarrado. En uno de sus ángulos

una p

da ella?-le pregunt

ad

dado u

N

o que atenazaron el alma de Jacques Fabrice en las eternas horas que le separaban del ma?ana. Aquella noche vio como de ordinario a Beatriz en el salón; pero no pudo

e viva voz cuando viniese, según costu

abía escuchado la conversación de la víspera. Beatriz llegó, respondió a su saludo con un ligero movimiento de cabeza

pero temo que mi corazón desgarrado, marchito, ulcerado por la desgracia, no pueda devolverle todo lo que el de usted le da... Temo que los sinceros sentimientos de estimación

inita que usted me ha inspirado... No puedo confiar sino al tiempo, lo sé, a mis cuidad

Cuanto al porvenir, todo lo que puedo asegurarle es que pondré de mi parte l

blanca mano que Beatriz le tendía e intentó llev

o estamos en este sitio... y le suplico que no traicione nuestro secreto hasta tanto que haya puesto en antecedentes

a mí a quien toca hablar sobre este asun

n necesario, pero me parece que debo pr

su entrevista va a causarle un verdadero disgusto... Permítame que se lo evite... o, al menos-a?adió sonrie

a verdadera domesticidad, cualquiera que fuesen los motivos de mi resignación, esté usted seguro

ana del castillo de dar los dos golpes indicadores d

e, y un centelleo de fi

la mano a Fabr

a, en verdadero horror. La vista misma de la baronesa había llegado a hacérsele insoportable; su resolución de abandonarla estaba definitivamente tomada, y no aguardaba sino el momento de ponerla por obra; su primera idea fue, como hemos visto, llevar a cabo una especie de suicidio sepultándose en las austeridades de una de las más severas órdenes religiosas, y aun volvió, a hablar de nuevo a su amiga la se?ora de Ayma

horas a la reflexión; más de una secreta repugnancia tuvo que vencer, pero, en fin, en la extremidad a que se veía reducida, ?cómo no aceptar ese refugio, después de todo honroso, que le abría una mano af

baronesa un trance horriblemente desagradable, y el solo placer de darle ese justificado mal rato ven

tiguo al salón, y como digería con dificultad, su sue?o era premioso, por cuya razó

de mi diario... me están llorando los ojos... ?Vaya! ?toma! estaba en la gacetilla... pero no, prefiero el folletín... veamos qu

on extremada cortesía-; ?podría de

la vio vagam

?-le replicó

ualquier caballero, un hombre de corazón, me pidiese en matrimonio, no solamente no tendría que temer ninguna dificultad por parte de usted, sino que hasta podía contar co

desconcertase, esta vez quedó descorazonada al oír semeja

decir algo de lo que me indica

fue que su sobrino de usted sería excluido del número de aquellos entre los cuales podía yo escoger marido... la he

n! es

o de correcta urbanidad-; la circunstancia que usted tuvo

?

ia la súplica que... para honor mío, no tar

en matrimo

se?

pezado por dirigirse a mí... Es

onar a usted esa molestia sin conocer antes mis sentimientos p

isface ese

nrada persona y un hombre de talento cu

n sucedes como esposa... su pr

e?ora, era

?en bonita socie

a en ella si soy trata

más, olvidando todo lo que he hecho por ti, desde

o ninguna de las singulares bondades que a usted debo

ímil que la se?orita de Sardonne no hubiese podido repetir el cuento. A falta de otro expediente, verdad es que podía despedirla de su casa cubierta de ignominia, y lo pensó, pero la reflexión no tardó en mostrarle los mil peligros que traería un escándalo. Las malas lenguas la acusarían de oponerse al puro egoísmo de un casamiento, por otra parte muy razonable para la huérfana, que era al mismo tiempo su protegida; de manera que la baronesa resolvió callarse

un sesgo bastante imprevisto, aunque perfectamente femenino. La se?ora de Montauron, que había dado muy agitada

er que me dejas haya sido de mal humor... Porque yo siento mucho tu ida, aunqu

arla, la baronesa, cuyo sistema nervioso venía estando en in

iz a través de sus sollo

pregunta

rir fama, ganan lo que quieren... Será

r Fabrice que tiene u

es preciso que antes de casarse termine mi re

ó. Pronto encontró a Fabrice en el parque, haciéndol

sin mayores inconvenientes y que l

riéndose-. Yo estoy obligado a guardarle más consideraciones, eso lo sabe ella muy bi

si en algo me estima usted, súfralas con resignación, a fin de

aría que la prueba fuese dura, pue

prenderá que deseo, a ser posible

lgunos antecedentes sobre la persona de su tutor, a quien se proponía escribir en seguida y cuyo consentimiento no era dudoso; y habiendo lleg

ocupaba ya su sitial

go la audacia extremada de ambicionar... Mil gracias le doy a usted por mi parte, se?ora, con tanto mayor motivo cua

constituye la desgracia de los otros... ?Esa es la vida!... Siéntese usted. H

ló el caballete, tomó la

itaremos dos se

da a hacer las mejores ausencias... Su conducta y comportamiento desde que está a mi lado han sido positivamente ejemplares, como habrá podido juzgar por usted mismo... Beatriz posee cualidades mil que

por qué, se?

o de quinientos o seiscientos a?os... Y... esa sangre se revela a pesar nuestro, mi querido maestro, cuando se la mezcla con otra... más joven... más pura... ?Dios mío! no digo lo contrario, pero que, en fin, ni es de la misma esencia ni del mismo color... Por consecuencia, no es el uso hoy, pese a la revolución, que una se?orita de la nobleza se case con un industrial... un sabio... un escritor... un artista, sean cualesquiera sus méritos... Algunas veces, suelen verse se?oras tituladas casarse con poetas o con artistas... pero ésas son princesas extranjeras... En Francia la cosa no tiene casi precedentes... Y no vaya usted a creer, mi querido se?or Fabrice, que en tales procederes haya nada de depresivo para aquellos que son objeto de él... a nadie en el mundo le gustan más que a nosotros los escritores, los poetas y los artistas... Hacemos de ellos con el mayor gusto el ornamento de nuestras mesas, el interés y el atractivo de nuestros salones... pero no nos casamos con ellos... ?Excúseme usted! va usted a decirme que somos menos difíciles en lo que se refiere a alianzas de nuestros hijos y que los casamos con se?oritas más o menos bien nacidas con tal que sean ricas. A eso le responderé, en primer lugar, que no es en lo que mejor nos portamos, y, en segundo, que, según nuestras ideas, el varón ennoblece, principio, fíjese bien, que reposa sobre una acertada concepción de la naturaleza humana, porque hay en la mujer una delicadeza de instinto, una flexibilidad, una facilidad de asimilación, una plasticidad, por decirlo así... si me expreso mal, mi caro se?or, repréndame usted sin embarazo... hay, decía, cualidades de flexibilidad que la hacen plegarse con prontitud a todas las condiciones de la vida social... Se podrá hacer una muy pasable duquesit

?ora, podría usted continuar-r

a vez había tenido que invocar la imagen de Beatriz para no poner punto final a semejante inoportuno sermón, rayando con un trazo de pincel el retrato de su insolente modelo. Cuando un poco más tarde dio cuenta a la se?orita de Sardonne de tan penosa entrevista, parecióle prudente no entrar en detalles y se c

ía hecho como esos insectos cuya picadura imperceptible, sin ser precisamente mortal

o equívoco y las semi-confidencias de su amiga, de que ella tenía algún oculto amor, y a fuerza de reflexionar vino a dar en la flor de que entre todos los huéspedes de los Genets únicamente Jacques Fabrice, gracias a su talento y a su renombre, podía justificar la pasión de que Beatriz parecía dominada. Las sospechas de la vizcondesa adquirían aún mayor cuerpo por esa intimidad que las l

asumida por la se?ora de Montauron, decidieron aquéllos que Beatriz tomaría pretexto de las atenciones a que la obligaba su próxima instalación para irse a París en la entrante semana, conviniendo en que residiría hasta la época de sus próximas nup

a los Genets a fin de acompa?arla a París, en cuya ciudad se encontraba ya Fabrice con su hija; y no necesitaremos

terés; la de Jacques fueron cuatro renglones a modo de simple notificación; la del marqués era, sea dicho en justicia, aunque breve, amistosa. Decía Pedro a su amigo que, por mala fortuna, habíase comprometido con su amigo lord S*** para dar con él una vuelta en su yacht por el Mediterráneo; pero que, s

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