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La Barraca

Chapter 3 No.3

Word Count: 7021    |    Released on: 30/11/2017

de orgullo, y mirando los altos trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda, los melones asomando el verde lomo á flor de tierra ó los pimientos y tom

ndola al revés, medicinando sus entra?as con ardoroso estiércol, cuidando que no decreciera su jugo vital, acari ciando y peinando con

uchachas, unos ángeles de Dios, que se pasaban el día cantando y cosiendo á la puerta de la barraca, y algunas veces se metían en los campos para descansar un poco á su pob

nos se?ores, gordos, lustrosos, dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, les recibiera la abuela, que era entonces una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de

rno, era para mirar á los jugadores de truco, para reir como un bendito oyendo los despropósitos y brutalidades de Pimentó y otros mocetones que actuaban de gallitos de la huerta, pero nunca s

nriente, bonachón, tranquilo, llevando encasquetado h

ya estaba él, á la indecisa claridad del amanecer, ara?ando su

uscando ayuda, tomaba criados, que le robaban trabajando poco, y finalmente l

arte de ellos fuese cedida en arrendamiento á manos extra?as. Y no pudiendo con todo el trabajo, dejaba improductiva y

perada, tenaz, contra las necesidades

ión de los mozos de la huerta, asistían con pa?uelos de seda nuevos, vistosos, y planchadas y ruidosas faldas á las fiestas de los pueblecillos, ó despertaban al amanecer para ir descalzas y en camisa á mirar por las rendijas del ventanillo quiénes eran los que cantaban les albaes[2] ó las obsequiaban con rasgueos de guitarra, el pobre tío Barret, empe?ado cada vez más e

vieja capa, que llevaba hasta en primavera, con aspecto sórdido de mendigo, y acompa?ado de las maldiciones y gestos hostiles que dejaba á su espalda, iba por las sendas visitando

s se escondían para evitar penosas excusas y las mujeres salían á la puerta de la barraca con la vista en el suelo y

entes algo así como pegarle una paliza y refrescarlo después en una acequia; pero las mismas víctimas del avaro le disuadían hablando de la importa

modelo á los otros arrendatarios, cuando estaba frente á él extremaba su crueldad, se mostraba más exigente, excitado por la m

a perdido la piel en aquellos campos para hacer de ellos los mejores de la huerta. Pero don Salvador se mostró inflexible. ?Eran los mejore

ocultando á la familia su situación, teniendo que sonreir cuando estaba entre su mujer y sus hijas, las cuales

las tierras; trabajaba de noche á tientas; el menor nubarrón de granizo le ponía fuera de sí, trémulo de miedo; y él, tan b

de Barret, compadeciendo su mansedumbre. Era un buenazo, no sabía ?plantarle cara?

orvado como un octogenario, con los ojos hundidos. Aquel gorro característico que justificaba su mote ya no se detenía

cín del tío Barret, un animal sufrido que le seguía en todos sus desesperados esfuerzos, cansado de trabajar de día y de noche, de ir tirando del carro al Mercado de Valencia con carga de h

no podía cultivar; las hileras de frescas hortalizas, que la gente de la ciudad consumía con indiferencia, sin sos

e, le habló por boca de don Salvador. Por algo

nal y conmovedora. ?Qué necesitaba para comprar otra bestia? ?cincuenta duros? Pues allí estaba él pa

o pa pel en el que se hablaba de interés, de acumulación de réditos, de responsabilidad de la deuda, mencionando para e

on más ahinco á su trabajo, á matarse sobre aquellos terru?os, que parecía

ados de cobre que sacaba de la venta del resto en el Mercado de Valencia desparram

os campos? Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones; estaban regados con el sudor da la familia; si no fuese por ellos, por los Barret, estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar.... Y ahora ven

sión resignada del labriego, el respeto tradicional y super

bil, más extenuado, sintiendo en su interior el lento desplome de su energía, convencido de que no podía prolongar

mujer estaba enferma; para pagar los gastos hasta había vendido el ?oro del casamiento? las venerables arracadas y el c

cultivar unas tierras más grandes que sus fuerzas. No lo consentiría; era asunto de buen corazón. Y como le habían hecho proposiciones de nuevo arrendamiento, avisaba á Barret para que dejase los campos cu

que subía su deuda con los dichosos réditos: tan turba

ducido por la abrumadora lucha de var

ez, su gravedad moruna, desaparecieron de golpe, y arrodillóse ante

entía mucho, pero no podía hacer otra cosa. él también era pobre, debía procurar por el

sus antepasados, de los derechos morales que tenía sobre aquellas tierras, á pedirle un poco de pac

que le asiste la razón. ?No quería oirle el amo? ?Se negaba á darle una esperanza?... Pues bien; él en su casa es

que pasaba algún desconocido por los caminos inmediatos, como quien

los hombres para perder á las gentes de bien. Si querían robarle, que le buscasen

l, á expulsarlo de las tierras, embargando además para pago de sus deud

tramposos, para los que no han pagado nunca; pero él, que siempre había cumplido, que nació allí mismo, que

estidos de negro, fúnebres pajarracos con alas de papel arrollada

propiedad, Barret entró corriendo en su barraca, agarró la vieja escopeta que tenía siempre cargada detrás de la puerta, y echándosela á l

el ca?ón con ambas manos. Y tales fueron los gritos de este grupo, que luchando y forcejeando iba de un pilar á otro del emparrado, que empezaro

Barret iba detrás, intentando perseguirle, sujeto y contenido por los fuertes brazos de

ladre!... ?Tórnam

le hasta su barraca, donde quedaron él y los amigos vigilándolo, dándole consejos para que no cometiese un disparate. ?Mucho ojo,

corral y el establo, mientras la esposa y las hijas gemían desesperadamente y la multitud agolpada á la puerta seguía con terror todos los detalles del embargo, intenta

ía caído en un estado de sonambulismo, vió á sus pies unos cuantos líos de ropa

!-gimotearon una

emblando de fiebre; y en el fondo, invadiendo la barraca de Pimentó y perdiéndose más

do, llevándose las llaves. No les quedaba otra cosa que los fardos que estaban en el sue

y las hijas, y Pepeta, la due?a de la barraca, y otras mujeres lloraban y repetía

a de un tío judío. Si el tal viera todo esto, ?cómo se alegrarían sus malas entra?as!... La gente de la hu

on unas vecinas á pasar la noche en sus barracas. El t

sentados en sus silletas de esparto, á la l

las reflexiones de aquel terne, que ahora las echaba de bonach

.. ?Tórnam

a la huerta había tenido por un infeliz. ?Devolverle la escopeta!... ?En seguida! Bien se adivinaba e

s; todos eran unos ingratos, iguales al avaro don Salvador. No quería dormir allí: se ahogaba. Y rebuscando en el saco de s

que durmiese al raso, si tal era su gusto. Y

campos, y como un perro abandonado, comen

uelo y las renovaba él todos los a?os. Aún se destacaba en la obscuridad la bl

paja, tan alta, tan esbelta, con las dos crucecitas en sus extremos, la había lev

das, por encima de las cuales ense?aban sus penachos de flores los claveles y los dompedros.

ería prender fuego á la paja de la techumbre. ?Que se lo llevase todo el demonio! Al fin era

ión de horror, como si tuviese ante él los cadáveres de

ción, y para satisfacerla se metió con la hoz en la

juntas la tierra ingrat

coles saltaron á distancia á impulsos del agudo acero, como cabezas cortadas, esparciendo en torno su cabellera de hojas.... ?Nadie se aprovecharía de su trabajo! Y así estuvo hasta cerca del amanecer, cortando, aplastando con locos pat

alegre parloteo de los pájaros que saltaban cerca de su cabeza, a

itándole á que tomase algo. Barret les contestó con desprecio. ??Ladrón! ?Después que se había quedad

invitándole á tomar algo, y él se apresuró á aceptar. Quería algo contra aquel frío que se le había metido en los huesos.

cían expresivo y confiado; casi como un ser feliz. Les llamaba hijos míos, asegurándoles que no se apuraba por tan poco. No lo había perdid

herramienta de fino temple y corte sutilísimo, que, según

bestias alejáronse hacia la ciudad, lle

eza se le iba; hasta que, molestado por la dura mirada de los due?os, que adi vinaban su es

ntre Benimaclet y el mar. Allí había ido él muchas veces por sus asuntos, y allá iba ahora, á ver si el demonio era tan bueno que le hacía tropezar c

dose muchas veces para dar aplomo á su cuerpo,

de la parte de la huerta donde vivían los suyos, y acabó por dejarse caer en un campo de cá?amo á orilla

percibía un sabor horrible. ?Qué hacía allí, cerca del huerto del judío? ?Cómo había llegado tan lejos? Su honradez primitiva le hizo avergonzarse

?amo y vió en una revuelta del camino á un veje

borrachera, y se incorporó, tirando de la hoz.... ?Y aún dicen que el demonio no

staba reciente y la huerta es traicionera. Pero el miedo de que aprovechasen su ausencia en el huerto de naranj

s brazos extendidos, impidiéndole toda fuga, acorralándolo en el borde de la acequia que corría paralela al camino. Creyó so?ar; chocaron sus dientes, su cara púsose verde, y

so. Lo de ayer fué para hacerte un poquito de miedo ... nada más. Vas á seguir en la

, en cuya hoja se quebraba un rayo de sol y se reproducía el azul del cielo. Como tenía la acequia detrás de

hiena, ense?ando sus diente

-contestaba con una voz

buscaba sitio para herir, evitando las manos

egues.... Tú eres un hombre honrado ... piensa en tus hijas. Te rep

bado de un solo golpe una de las manos crispadas. Quedó colgando de los tendones y la piel, y el rojo mu?ó

horizontalmente contra su cuello, y ... ?zas! cortando la complicada envoltura

ada. Y mientras tanto, la cabeza, hundida en el barro, soltaba toda su sangre por la profunda brecha y las aguas

La acequia, al enrojecerse, parecía más caudalosa. De repente, el labriego, dominado por el

con que acoge un pueblo la muerte del gobernante que le oprime?... Así lloró la huerta la desaparición de don Salvador. Todos adivinaron la man

ribazos, agazapándose bajo los puentecillos, escapando á través de los campos, asustado por el lad

ólo se habló en la h

de Valencia para contemplar á través de los barrotes al pobre ?liberta

proceso, y le sen

el distrito sentándose en el cadalso! Y como Barret había sido siempre de los dóciles, votando lo que ordenaba el cacique y

a momia, y fué conducido al presidio de

desapareció como un pu?

trasladándose á Valencia para ganarse el pan como criadas; y la pobre vieja, cans

lvidar la desgracia ajena, apenas si de tarde en tarde recordaba la es

neciendo unos y otra en el mismo estado que el dí

instintiva, en cuya preparación apenas si mediaron palabras;

catástrofe. ??A ver quién era el guapo que

eres y los ni?os, parecían contestar con su

maldita que el tío Barret había pateado y herido con su hoz la últi

s como su padre, creyéronse sumidos en la miseria

de guapo y nunca tenía bastante tierra, sintióse tentado por el bajo precio

se reían de la soledad en que les dejaban los vecinos; las barracas

egresaba solo á su casa, cuando aún no había terminado la roturación de sus nuevos campos, le largaron dos escop

a reciente. Le habían tirado desde alguna acequ

y el valentón, en la misma noche, entr

or. ?Es que no existían gobiernos ni se

impedía que los campos fuesen cultivados, y la Guardia ci

filó ante el juez afirmando la inocencia de Pimentó, sin que á aquellos

us barracas declararon que aquel día, á la misma hora en que sonaron los dos t

rascándose el cogote mentían con tanto aplomo; Pimentó fué puesto en libe

rían en adelante que el cultivo de a

la gente sufrida y sumisa que, oliendo á lana burda y miseria, baja en busca de trabajo, emp

na alma que los llamase desde la puerta de la taberna de Copa. Los hacían entrar, los convidaban á beber y luego les iban hablando al oído con la cara ce?uda y el acento paternal y bondados

nimos á que

os de los dos solterones, furiosos

mos probes, pero no nos hemos

todos sus paisanos para que huyesen de ganar un jorna

cos. Y parejas de la Guardia civil fueron á correr la huerta, á apostars

s pájaros, ó ayudando á Pepeta torpe y perezosamente; en la taberna de Copa unos cuantos viejos tomando el sol ó jugando al truco. El paisaje respiraba paz y honrada bestialidad; era una Arcadia moruna. Pero los del gremio no se fiaban; ningún labrador que

mo se perdía aquella riqueza y los heredero

l duro pan parecía más sabroso, el vino mejor, el trabajo menos pesado, imaginándose las rabietas de los

otros propietarios fuesen menos exigentes, y tomando ejemplo en el vecino no aumentaran

codos: un monumento que proclamaba su poder sobre los due?os; el milagro de la solidaridad de la miseria con

esgracias. Y no se imaginaban, después de un triunfo de diez a?os, que pudiera entrar en los campos abandonados otra persona que el tío Tomb

ca en barraca, fué haciendo saber que las tie rras de Barret tenían ya arrendatario, un desconocido, y que ?él? ...

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