Torquemada en la hoguera
de mal a?o. Continuaba, sin embargo, con sus aficiones; y ya que no se entregara al penoso trabajo de la creación, solía dedicarse al de la crítica, más fácil y llevadero. Siempre en sus n
aman del partido, hasta dos docenas y media de viejos verdes, y otras tantas viejas embaucadoras. Su teatro era la alcantarilla, y un fango espeso y mal oliente cubría todos sus personajes. Y tal era el temperamento de aquel hombre insigne, que cuanto Dios crió lo veía feo, repugnante y asqueroso. Estos epítetos los encajaba en cada página, ensartados como cuentas de rosario. Era prolijo en las descripciones, deteniéndose más cuando el objeto reproducido estaba lleno de telara?as, habitado por las chinches ó coloniz
pareciese costal de paja á una viuda que tenía comercio de lana y otros excesos en la calle de Postas; hubo tierna correspondencia, corteses visitas, honesto trato; y al fin uniólos Himeneo, no sin que todo aquel barrio murmurara sobre el por qué, cómo y cuándo de la boda. Lo que las musas lloraron este enlace, no es para contado; porque viéndose en la holgura, trocó el escritor los poco nutritivos laureles por la prosáica hartura de su nueva vida; y cuéntase que colgó su pluma de una espetera, como Cide Hamete, para que de ningún ramplón novelista fuera en lo sucesivo tocada. Después de larga
iarles por el camino de la alcantarilla. Daba su opinión siempre que se la pidieran, y no negaba elog
ro que formaban mi auditorio, y éste el
suelos. Si usted quiere hacer una obra ejemplar, rodee á ese caballerito de toda clase de lástimas y miserias; arroje usted sobre él la sombra siniestra de la sociedad, y la tal sociedad es de lo más repugnante, asqueroso é inmundo que yo me he echado á la cara. Y después, si le conviene ofrecer una lección moral á sus lectores, haga que el chico se trueque de la noche á la ma?ana, por la sola fuerza del hambre y del hastío, en un ser abyecto, revelando así el fondo de i
samientos literarios mi amigo; los demás por curiosidad y deseo de
dido para robar a la dama; otras se le ocurre quemar la casa para sacar a la se?ora en brazos. Entre tanto se pone flaco, amarillo, cadavérico, con aspecto de loco o de brujo: la casa se cae a pedazos, y en su miseria se ve obligado a comer ratas. (Cantarranas cerró los ojos después de mirar al cielo con angustia.)
a con las manos.-?Se va á tiznar! ?Si al menos tu
mantes; es mujer caprichosa: uno de esos caracteres corrompidos que tanto abundan en la sociedad, marcando los distintos grados de relajacion á que llega en cada etapa la especie
jeto de su pasión. Hojea un álbum, y de tiempo en tiempo su rostro se contrae con aquel siniestro mohín que la hace tan espantablemente guapa. De repente se siente ruido en la chimenea: la dama tiembla, mira, y ve que de ella sale
es cosas-respondí confuso ante la donosa invención de D. Marcos, que me parecía en aquel moment
e de fatal extravío pueden llegar los más esclarecidos entendimientos. No estará de más que con la mayor reserva diga yo aquí, para ilustrar á mis lectores, que l
. Su rabia es inmensa: está furiosa; ha descubierto el enga?o, y en su desesperación da unos chillidos que se oyen desde la calle. El joven, por su parte, trata de huir, al ver el enojo de la que adora. Quiere mat
cae al sótano, y de allí, sin saber cómo, á un sumidero, yendo á parar á la alcantarilla, donde se ahoga como una rata. La ronda le encuentra al
ía por nariz: este singular pomito era el flacon que había visto en todas las novelas francesas. Es la verdad que D. Marcos le inspiraba profunda repug
ó, para valerme de una de sus más queridas figuras, corpulento roble que daba sombra á este modesto hisopo de los campos literarios? Y al mismo tiempo, ?cómo desairar á Don Marcos, tan experimentado en artes de novela? ?Cómo renunciar á su plan, que era el más nuevo, el más extra?o, el más atrevido, el más sorprendente de cuántos había concebido la humana fantasía? En tan crítica situación me hallaba con el manuscrito en las manos, la boca abierta, los ojos asombrados, indeciso