Historia de una parisiense
lo que se había imaginado; en él, el disgusto de un hombre bello que no se siente apreciado. Sin embargo, la se?ora de Maurescamp, a pesar del caos que se agitaba en su espíritu, m
tas que saludaron su enlace, el brillo de su tren de casa, de sus equipajes y vestidos, todo la ayud
na existencia mundana, y en medio de aquel torbellino sentíase invadida a cada instante por la nostalgia de las alturas. El sue?o más halagüe?o de su juventud había sido el de continuar con su esposo en la más tierna y ardiente unión de las almas, la especie de vid
aría el caballero de Maur
romanesco es la verdadera y única causa de la perdición de las mujeres. Por consiguiente, consideraba que todo lo que puede exaltarles la imaginación, la poesía, la música, el arte bajo todas las formas, y aun la religión, no debe
rido burlándose-, ?menos a
rla, poníase a dar gritos de condenado y a dar golpes sobre el piano para no oír. Así era como pretendía hacerla perder el gusto por la poesía, sin pensar que arriesgaba más bien disgusta
o aquello que da precio a la vida de todo ser delicado y generoso. No viendo apa
.. Ahora está tranquila, y yo también... ?Oh! ?Dios mío! Es necesario que una mujer se mueva, que camine, que recorra las tiendas, que vaya con sus amigos a los lunchs, que monte a caballo, que cace
s aires de suficiencia y maneras autoritarias. No siempre conocen los hombres a sus mujeres, pero las mujeres conocen siempre a sus maridos. No había pasado un a?o cuando ya habían desaparecido todas las il
posa. La se?ora de Maurescamp tuvo ese mérito; pero para tenerlo viose obligada muchas veces a acorda
n grato consuelo, asegurábale en su hogar una independencia y una soledad relativas. El nacimiento de un hijo vino pronto a darle el úni
or ese tiempo que el se?or de Maurescamp tuvo una noche la sorpresa de ver a su mujer bajar al comedor con su cabeza adornada a la Tito; habíase hecho cortar sus magníficos cabellos con el pretexto de que se le caían, y esto, no era cierto; pero esperaba que aquel peque?o sacrifi
eto de su corazón debía venirle, por decirlo así,
profunda, ardiente y duradera de las pasiones: era digna de ocupar un lugar entre los aman
a, y los amores naturalistas, aunque no se parecen a la rosa, tienen, sin embargo, su efímera duración. Decíase, y así lo dejaba comprende
mente celoso, no estaba disgustado de una circunstancia que creía ser una garantía para su hogar. En una palabra, disgustado al verse desairado, fastidiado de los escrúpulos