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Historia de una parisiense

Chapter 3 No.3

Word Count: 2340    |    Released on: 04/12/2017

particular, deje por eso de amar en general. Después de los primeros desenc

todas las artes, eterna ocupación de los hombres y de los dioses, no sea en realidad más que una quimera, y una quimera desagradable a más. No puede persuadirse de que tales homenajes sean consagrados a una divinidad vulgar, que tan magníficos altares se levanten de siglos en sig

después de las decepciones del matrimonio, el ideal de un amor de

da, Juana de Maurescamp sólo tenía veinticuatro a?os, y su misma rectitud la hacía mirar con horror la larga perspectiva de soledad y abandono que se extendía ante ella. Ni su madre, a quien ocultaba su pena por temor de que viera en ello un reproche, ni su hijo, demasiado ni?o para poderla ocupar

e, y como ella también llegado, aunque por distinto camino, a ese divorcio convencional, tan frecuente en los matrimonios de la alta sociedad. Habíase casado con su primo Hermany, joven de un físico agradable, pero, con la costumbre y los vicios de un truhán. Se repetía que no solamente había continuado su vida de soltero sino que se la había hecho participar a su mujer, ya sea por una especie de malignidad perversa, bastante a la moda, ya simplemente por ignorancia. Participaba con él de las fiestas del mundo de contrabando, de las partidas de jóvenes, de las carreras, de los almuerzos en los restaurants. Contábas

e hacer más interesante el papel de la se?ora Hermany. Representábasela joven y bella, sumergida en aquella sociedad infame, de la

u afecto con menos entusiasmo, pero con más sinceridad. Muy espiritual, instruida, al

imamente. Visitaban juntas y juntas recorrían las tiendas; tenían el mismo palco en la ópera francesa; iban junta

to que debía dejar un recuerdo profund

gran mundo y eran muy rodeadas. Tan linda pareja, como decía la se?or

más, los se?ores de Maurescamp y de Hermany, con la deferencia de todos los maridos, ten

i familiaridad, con la seguridad tranquila y risue?a que caracteriza a l

s mal, figuraba un joven llamado Salville, a quien llamaba el bello Salville, y que era, según decía, el más estúpido director del cotillón que jamás hubiese conocido. A la se?ora de Maurescamp, menos amarga, le parecía bello, y buen muchacho, sobre lo cual, la se?ora de Hermany le reprochaba, riendo, su gusto d

rtos de áfrica, mezclábanse a la fiesta. Ella sabía que madama de Hermany adoraba estas grandes escenas dramáticas de la Naturaleza, y creyéndola aún levantada, pues se había dicho que ella también escribiría hasta tarde, bajó al piso inferior y llamó suavemente a la puerta. No recibiendo respuesta, la creyó dormida; entonces, tuvo la idea de bajar al piso bajo, para ver mejor a través de l

ile

en que permanecía en medio del salón

vete-l

por la puerta del saló

a bujía, que se apagó; después de algunos segundos de inmóvil estupor, dejose caer sobr

el salón a obscuras, en el desorden de un

e era una

ó sencillam

de hombros, dio todavía algunos pas

es que habéis podido pensar que saliese ilesa de esos c

taba, ahogada p

es, hi

uc

nces, a respirar

asos de la baranda, sobre el terrazo, y permaneció de pie, recostada sobre una de las columnillas q

go silencio, alzó

s formado de la felicidad... Nos educan como a espíritus puros, y en realidad no somos más que mujeres... hijas de Eva... nada, nada más. Nos vemos obligadas a descender o a morir, sin haber vivido... Quien quiera hacer de ángel, hace de estúpida, ?sabes? ?Ah! ?Mi Dios! Nadie empezó a vivir con un corazón más puro que yo, os lo aseguro, ni con ilusiones más generosas, ni más elevadas creencias... Pues bien, yo he reconocido, un poco antes que otras, gracias a mi honrado marido, que todo eso era s

s ojos, a cada relámpago que pasa...; A más de esto, la decoración está ahí. Ese cielo y ese mar ardiente... y yo aquí, con el cabello en desorden y prese

ana, que durante aquel extra?o dis

se?ora de Hermany-. ?Ah!

cabeza a la lluvia, que empezaba a caer con fuerza, recogiendo l

que entréis-dijo

y parándose del

rarnos-dijo con ton

que no me habléis nunca de vuestros amores ni de los míos. Sobre todo lo demás, nos entenderemos

trechó apasionadamente con

ias-l

el día empezaba a aclarar, Juana estaba todavía sentada a los pies

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