Historia de una parisiense
as, de caracteres excepcionales, y también de ciertas circunstancias como las que habían ligado a Juana de Maurescamp con el se?or de Lerne. Pero en fin, esos amores h
nte a la maledicencia. Nadie extra?ará, pues, que la gente juzgase con su escepticismo e indelicadeza acost
acto habitual de su cofradía, no dejó de abrir desmesuradamente los ojos, ante la intimidad irreprochable de su mujer con Jacobo de Lerne. Detestaba por instinto al joven, quien le era superior en todo sentido; muchas veces había sido su rival en las regiones del mundo galante, donde la distinción de la inteligencia y la eleva
iones. Para convencerlo mejor, ingeniose tan bien varias veces para hacerlo permanecer en el salón entre ella y Jacobo, tratando de alejar de sus relaciones hasta la sombra de un misterio. Pero todos sus afanes estuvieron muy lejos de alcanzar el éxito que deseaba. El se?or de Maurescamp no se encontraba bien; sentíase irritado del papel secundario que dese
cualidades apropiadas para subyugar a un hombre como el se?or de Maurescamp. Así, pues, habíale inspirado una de esas pasiones terribles y serviles que son en general el privilegio de los viejos, pero que los jóvenes depravados experimentan algunas veces como anticipación hereditaria. Primeramente le había conquistado con su gracia y su fama, y acabó de subyugarle con los caprichos fantásticos con que lo atormentaba. Hay hombres que, como la mujer de Sganarelle, gustan de que se les castigue. El se?or de Maurescamp era
urescamp, el nombre del se?or de Lerne se hallaba también inscripto; conocíalo ella apenas, pero había oído hablar mucho de él, puesto que había dejado en la alta bohemia parisiense una reputación de amable compa?ero y de
scamp no tenía la ventaja de poseer. Jacobo hacía todo lo posible por substraerse a las amabilidades demasiado expresivas de su vecina y trataba de hablar en francés; pero ella no quería y volvía resueltamente a hablar en inglé
a Grey, toman represalias salvaje
rtía francamente. Cuando hubieron concluido, Jacobo de Lerne, pretextando u
n diván a la americana bebió su Oporto. Apercibiose entonces de que Mauresc
te el amante de vuestra mujer...
p poniéndose muy encendido-. Estáis e
hielo... ?Un hielo! ?Ah, qué bueno! ?y habéis creído eso? ?pobre ángel! Es una cosa sumamente graciosa que todos los
as de humo de su cigarrillo
e los convidados a Maurescamp. Y es
rescamp, que en efecto, estaba ebria, y que por consiguiente, todo lo que había
. Sin tener mucha imaginación, tenía la bastante para figurarse a su mujer, que no había tenido sino frialdades y desprecios para él, abandonándose en brazos de otro a los vivos transportes de la pasión, y esa imagen, desagradable para cualquier otro, lo era en supremo grado para un hombre vanidoso, altanero, y tan engreído y sanguineo como era el se?or de Maurescamp. No se detuvo a
oso, que tendría la doble ventaja de dejar el nombre de su mujer fuera de las querellas y asegurar a él la elección de las arm