Historia de una parisiense
a. Habíale preocupado mucho el traje que llevaría; después de muchas reflexiones, decidiose a
brazos y hombros quedasen al descubierto en su deslumbrante desnudez; la seve
el joven, no dejó de parece ríe al principio que aquel culto era por demás discreto. El se?or de Lerne apenas le dirigía la palabra, y se consagraba exclusivamente a su vecina de l
o-que yo tambié
lguna-conte
a joven rubia alzand
ijo el joven, inclinán
después, mirándole de frente con a
é ?Agua qu
.. es un n
también un apodo?-pre
mirada, saludola ligerament
os países extranjeros que había visitado, pareciendo hacerle aquellas ligeras observaciones, únicamente para tener
?Cómo ella no se había apercibido antes?... ?Qué singularidad!... Y tanto más singular era lo que sucedía, cuanto que ella no era, no, absolutamente de aquellas a quienes aprecia un hombre semejante. Pero, al
as las jóvenes que conocía y que pudieran conve
dados pasó a la pieza de fumar; el se?or de
Maurescamp antes que lleguen los demás convidados;
lo hagáis, se
piano. Tocó el vals nuevo y algunas
to, retiráronse a conversar cada uno por su lado. La se?ora de Maurescamp quedó sola como
llante y paseaba distraído sus dedos sobre el te
íjole-, y a más, pintái
neo un
mundo... cosas inexplicables!-articul
, quien os sugie
pueden detener a un hombre en su
Vaya!-dijo el
Juana, cuyo abanico
e?o
parecer muy
n indulg
dre desea v
figuro,
no lo
ra, absol
lguna razó
no conozco una sola
?Mi
la misma gravedad-: estáis vos... pero
reguntó la joven, tendie
vos, vos misma está
se?or
me, es m
é?-conti
gís mal vues
o, que hago mal en no eleg
al me veis, había nacido para comprender y au
amp-, si he de dar crédito a las voces que corren,
or de Lerne riendo a su vez-. ?Me permitís,
. pero supongo que ten
ta. Tenía en mi corazón un verdadero tesoro de abnegación, de amor y de respeto, al que no me era dado dar una mala colocación. En fin, encontré una mujer a quien amé, como ella quería ser amada, y que no amó como ella quiso amarme. Pertenecía al mundo más aristocrático. Estaba mal casada, sobre eso no hay que decir, y e
ambos... Los meses se pasaron en este encantamiento y en esa contrariedad. A pesar de sus reservas, muy penosas sin duda, que su conciencia me imponía, quizá a causa de esa misma reserva, sentíame tan enamorado y tan feliz, como se puede serlo en este mundo; se
ampo-, su marido había ido a pasar veinticuatro horas a París... A fuerza de súplica
de Maurescamp, levantándose
no temá
rdo, algunos bejucos y jazmines y clemátides que esparcían por la noche un olor exquisito, no sé si fue aquel olor un poco capitoso, o la impresión nueva para mí de aquella habitación personal
i podría serlo a expensas de su reposo, de su honor y aun de su vida... porque ella no sobreviviría a su deshonra... En fin, ella venció. Yo cedí en parte a sus lágrimas, en parte a mis pro
a parada e inmóvil dentro del marco de la ventana, los brazos cruzados sobre el pecho, el busto un poco echado hacia atrás. Al envío del beso, contestó
esde aquel momento me cerró su
uchado con extremada atención. Cuan
uencia sacáis
que las mujeres honestas era
stro desprecio por nuestro afecto no tenéis más
ros!-dijo el s
lo miró, y sorprendida quedó de la expresión casi doloros
atroces!-a?adió el
un acento con
eza, a quien estimo en extremo, pero esos
algo turbada y a
comprometo-
levantó también inm
beros detenido
io!-dijo ella graci
linó sin
menos benévola de los invitados de la se?ora de Lerne. Juana se apercibió de ello, y para destruir el cará
za, se?ora! ?He p
ía de los dos interlocutores, no era de la opinión de Juana. Juzgó, por el cont