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Historia de una parisiense

Chapter 5 No.5

Word Count: 2049    |    Released on: 04/12/2017

a. Habíale preocupado mucho el traje que llevaría; después de muchas reflexiones, decidiose a

brazos y hombros quedasen al descubierto en su deslumbrante desnudez; la seve

el joven, no dejó de parece ríe al principio que aquel culto era por demás discreto. El se?or de Lerne apenas le dirigía la palabra, y se consagraba exclusivamente a su vecina de l

o-que yo tambié

lguna-conte

a joven rubia alzand

ijo el joven, inclinán

después, mirándole de frente con a

é ?Agua qu

.. es un n

también un apodo?-pre

mirada, saludola ligerament

os países extranjeros que había visitado, pareciendo hacerle aquellas ligeras observaciones, únicamente para tener

?Cómo ella no se había apercibido antes?... ?Qué singularidad!... Y tanto más singular era lo que sucedía, cuanto que ella no era, no, absolutamente de aquellas a quienes aprecia un hombre semejante. Pero, al

as las jóvenes que conocía y que pudieran conve

dados pasó a la pieza de fumar; el se?or de

Maurescamp antes que lleguen los demás convidados;

lo hagáis, se

piano. Tocó el vals nuevo y algunas

to, retiráronse a conversar cada uno por su lado. La se?ora de Maurescamp quedó sola como

llante y paseaba distraído sus dedos sobre el te

íjole-, y a más, pintái

neo un

mundo... cosas inexplicables!-articul

, quien os sugie

pueden detener a un hombre en su

Vaya!-dijo el

Juana, cuyo abanico

e?o

parecer muy

n indulg

dre desea v

figuro,

no lo

ra, absol

lguna razó

no conozco una sola

?Mi

la misma gravedad-: estáis vos... pero

reguntó la joven, tendie

vos, vos misma está

se?or

me, es m

é?-conti

gís mal vues

o, que hago mal en no eleg

al me veis, había nacido para comprender y au

amp-, si he de dar crédito a las voces que corren,

or de Lerne riendo a su vez-. ?Me permitís,

. pero supongo que ten

ta. Tenía en mi corazón un verdadero tesoro de abnegación, de amor y de respeto, al que no me era dado dar una mala colocación. En fin, encontré una mujer a quien amé, como ella quería ser amada, y que no amó como ella quiso amarme. Pertenecía al mundo más aristocrático. Estaba mal casada, sobre eso no hay que decir, y e

ambos... Los meses se pasaron en este encantamiento y en esa contrariedad. A pesar de sus reservas, muy penosas sin duda, que su conciencia me imponía, quizá a causa de esa misma reserva, sentíame tan enamorado y tan feliz, como se puede serlo en este mundo; se

ampo-, su marido había ido a pasar veinticuatro horas a París... A fuerza de súplica

de Maurescamp, levantándose

no temá

rdo, algunos bejucos y jazmines y clemátides que esparcían por la noche un olor exquisito, no sé si fue aquel olor un poco capitoso, o la impresión nueva para mí de aquella habitación personal

i podría serlo a expensas de su reposo, de su honor y aun de su vida... porque ella no sobreviviría a su deshonra... En fin, ella venció. Yo cedí en parte a sus lágrimas, en parte a mis pro

a parada e inmóvil dentro del marco de la ventana, los brazos cruzados sobre el pecho, el busto un poco echado hacia atrás. Al envío del beso, contestó

esde aquel momento me cerró su

uchado con extremada atención. Cuan

uencia sacáis

que las mujeres honestas era

stro desprecio por nuestro afecto no tenéis más

ros!-dijo el s

lo miró, y sorprendida quedó de la expresión casi doloros

atroces!-a?adió el

un acento con

eza, a quien estimo en extremo, pero esos

algo turbada y a

comprometo-

levantó también inm

beros detenido

io!-dijo ella graci

linó sin

menos benévola de los invitados de la se?ora de Lerne. Juana se apercibió de ello, y para destruir el cará

za, se?ora! ?He p

ía de los dos interlocutores, no era de la opinión de Juana. Juzgó, por el cont

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