Arroz y tartana
Amparo ya habían abandonado el lecho, extra?a diligencia
del despertar, en torno de las dos camitas de inmaculada blancura, que en sus arrugadas sábanas guardaban
aros que despiertan, pero sus t
starán mi
falta una.... ?L
.! ?Tengo un
dos jóvenes, en chambra y enaguas, mostrando a cada abandono rosadas desnudeces, iban d
s polveras y los frasquitos de esencia. La pieza no era un modelo de curiosidad y delataba el desorden de una casa donde falta dirección. Los peines de concha guardaban enredada
haciendo caer sobre el mármol las horquillas como una lluvia metálica, y después, cual bue
las dos hermanas, con la cabellera suelta y vestidas de blanco, como
ros ojos valencianos que les comía gran parte de la cara, rasgados, luminosos, sin fondo, con curiosi
o que la hacía parecer de más edad. En la casa gozaba fama de genio violento, y hasta do?a Manuela la trataba con ciertas reservas para evitar sus explosiones
ra la toquilla de la casa, la se?orita aturdida que aprende de todo sin saber hacer nada; la que por la calle no podía ver una figura ridícula sin estallar en ruidosa carcajada; la que tenía en sus gustos algo de muchacho y aseguraba muy formal que sentía placer en h
lla roja de un bofetón o un par de pellizcos en los brazos. Otras veces armábase la guerra por si la una se había puesto la ropa blanca de la otra o por si se habían robado objetos de su exclusiva pertenencia; pero una ráfaga de autoridad pasaba por la madre: había bofeta
uertemente retorcidas, apelotonábanse sobre la testa con la forma del peinado frigio, y quedaba al descubierto, sobre el extremo de la espalda nacarada, cubierta de una película tenue y fina de m
la moda! A las dos incomodábalas su color pálido de arroz, aquel color
, el bermellón que te?ía levemente las mejillas y los lóbulos de las orejas; y como si sus ojos no fueran bastante grandes todavía enmendaban la plan
jetos que aturdidamente tocaban sin reconocerlos. ?Dónde estaba el polvo rosa? ?Y el pa?o de Venus? ?Adiós! ?ya no quedaba una gota de ?piel de Espa?a?! La mamá, con la manía de embellecerse qu
dad. Amparo pensaba que, por ser la más peque?a y la más débil, tenía que contentarse con el sobrante de la otra, y Concha retocaba su mo?o
bonitos. Eran los días de la mamá; iban a tener visitas y había que estar presentabl
staban del todo mal; y con un retoque al peinado y a la cara, un bouquet en el pecho y dos ti
do?a Clara, una se?ora antipática y ordinaria que la visitaba con
cuales asomaba la tarjeta del que enviaba el dulce recuerdo; dos grandes tortadas ostentando en su superficie de azúcar pulido como un espejo frutas confitadas en caprichosos grupos; y en el centro de la mesa el ramillete de casa
perra inglesa, que, con su piel de porcelana, sus ojillos de cristal
nimal sacó la roja lengua, lanzando
ha se había adelantado a tal deseo, apoderándose de ella, y desde lo alto de sus brazo
a la dejó caer, con tan mala fortuna, que chocando sobre la mesa aplastó un par de past
itó Amparito, como si hubiese ocurrido una desgrac
orriendo medrosa, una carcajada de atolondramiento hinchó su lindo cuello, y como
va a poner mamá cuando la vea en
esvanecióse al oír un cacareo angustioso, u
, en abrirle el ga?ote a un robusto capón que sostenía Visanteta por las patas. La otra criada de la casa, que la echaba de sensible y ejercía cerca
grasoso-, contemplaban atentamente el degüello, contaban las convulsiones de la agonía y seguían las últimas
egre a Nelet y excita
lo pelen parecerá un canónigo.... Si yo fuera rico, todas las ma
incensase el rostro de las dos criadas, lo que las hacía correr
perdidas que completaba su apostura de reina de teatro. Se había librado de do?a Clara, aquella posma que
r y dieron vuelta a la mesa, leyendo la
abía contentado con media docena de pasteles: total, tres pesetas. No se arruinaría. El lindo r
sin educación, pero que
na tortada... no estaba mal; la otra era de ?las magistradas?; y los demás pasteles no llevaban se?ales de procedencia;
o, dónde e
drá antes de las doce.
un campanillazo, que denotaba e
patos, corrió a abrir. Hubo en la antesala exclamaciones como berridos
do?a Manuela, avanz
voz cascada y chillona
ama!-gritó Amparito
ruborizada, como si hubiese come
digno de tal árbol, pues en el rostro pecoso, mofletudo y de tirante piel que mostraba la tía Quica bajo su pa?uelo de hierbas notábase la misma brutalidad jocosa y resuelta de su rústico vástago. Abultaban su volumen una docena de zagalejos bajo la rameada falda, y cuando se sentaba abría las piernas d
orete; y después de esta molesta expansión, que dejó aturdida a la ni?a e hizo torcer el gesto a do?
-, y rompió a hablar en un castellano fantástico, ya qu
estaba bien, y por esto a ella le costaba mucho decidirse a entrar en Valencia. Había venido únicamente por felicitar a la se?ora en
a a cuatro patas, como un burro, y lo han de meter en la cama para que duerma la mona un par de días. ?Y qué pausas, Virgen santa! Mi pobre Pepe
e, y al ver a Amparito, que la contemplaba silenciosa, prorrumpía en un ??jilla meua!? estruendoso; y sin
on aquellos trajes, que la había tenido en su barraca, y en las tardes de sol jugab
taba. Y... a propósito; el hijo del tío Pallús-?te acuerdas, Amparito...? aquel chico que andaba a cuatro patas y hacía el burro para que tú le montases-, pues bien, ése venía ahora a Valencia con el carro a recoger el estiércol de las casas, y quería que Nele
e pobre, pero que ofrecía con la mejor voluntad del mundo. Rosquillas de una pasta con cierto dejo amargo, cubiertas con una capa tersa de azúcar; tortas que parecían de cartón, pegadas a un papel grasiento, y confites agridulces, que se deshacían en la bo
ó en su cesta la media docena de pasteles que Miss había aplastado en su caída, y además le dio un duro, no sin
terminable himno de gracias, desbordándose en elo
Bien puedes trabajar. Estando en casa, tendrías que ir en el carro a llevar vino, durmiendo mal y trabajando como los machos. ?Y aquí qué te ha
te capítulo de consejos, a no ser porq
saron al salón, donde estaba don Eugeni
a y la cabecita blanca y sonrosada. Aseguraba que tenía gran semejanza fisionómica con Pío IX, y algo había en él que record
querida parroquia; y cumpliendo la obligación de todos los a?os, quería saludar a Manuela y a las ni?as, y desearles mil felicidades en el día del santo. él no pensaba salir del próximo a?o; en él caería, estaba seguro de
, riéndose malignamente del cec
nía algo, pero ella nada.... Nadie la quería... ?era tan fea...! Y el travieso bebé
la se?ora-. Desde que salimos de la tienda, ni
mata. Además, vaya un regalo: un convidado de mi clase. Masco como una ca
hora, y por fin, el viejo, con a
al veros sin mi visita. Ya tendré entonces lo que me falta: el reposo eterno.... No digáis que no.... ?Creéis que no tengo gana
as golpeándose el pecho, salió de
table, había accedido a comer en casa de su hermana, y eran de ver los preparativos. Juanito iría a las doce por el tío; y Rafael, antes de salir, había sufrido
de felicitación, que se amontonaban en el velador de la antesala, y
tilla de blonda y los dedos cargados, como siempre, de sortijería barata. él, de levita atrasada de tres modas, guantes negros, sombrero de copa con alas microscópicas y en el chaleco una verdader
gar preferente del salón, honra que hizo
prescindir de hacer a ustedes la consabida visita. Gozamos de la felicidad de
l un ser superior. Y mientras seguía su curso la conversación, sonaba a cada instante la campanilla de la puerta. Eran tarje
al se?or Cuadros por el o
con nosotros. Hoy tenemos
ja criada, y arrastrando su fastidio por los talleres abandonados, que parecían cementerios. Tenía manías, y la más principal era combatir la debilidad de la vejez con un régimen de continua actividad. Todas las tardes pasaba horas enteras visitando las obras del Ensanche, las reformas que el Municipio emprendía en los caminos vecinales. Los peones le conocían, como si fuese un contratista
sin vacilación, pues no era dinero lo que faltaba en el enorme secrétaire del siglo pasado, que ocupaba todo un pa?o de su alcoba, mostrando el menudo mosaico de sus tres filas de cajoncitos. De este mueble también se hablaba con respeto en casa de do?a Manuela. ?Quién podía saber todo lo que con
a la fosa. Yo no viviría con tranquilidad.... Dicen que por la noche, al menor ruido, se levanta y recorre la casa con unas pistolas viejas; pero aun así, es extra?o que no le roben. Su taca?ería me disgusta. Pero entre her
a casa. El papá había muerto siendo magistrado, y esto bastaba para que en casa de do?a Manuela, con el afán
, que para ellos eran gente de la clase más elevada. Teresa miraba con su respeto de antigua criada
de que estaba bastante bien de salud, expresábase con cierta l
no he visto este a?o la feria de Navidad. Y eso que teni
como si fuese la ejecutoria de la distinción, el
cordaba del matrimonio Cuadros, que permanecía en el sofá como clavado, mirándose los pies y sin saber cómo salir de allí, por
istrada?-. Buenas gentes, pero ordinarias. Nos están
?a Manuela y las ni?as fueron hasta el rellano de
un disgusto no qu
ocían en la casa. Era el tío que llegaba, anunciándose, como siempre, con un carraspeo que le cortaba las
una sotana, fueron remontando lentamente la escalera, c
s días,
Traje, el de siempre; pero su chaleco escotado dejaba al descubierto una botonadura maciza, enorme, con diamantes antiguos de gran
...? ?Ejem, ejem...! Pues he
cos hacía pensar en las fiestas pastoriles de Versalles. Tras él su
sin conmoverse gran cosa por el cari?o extremad
r con el ramo, y no encontrando un jarrón capaz de sosten
l sombrero, la otra tomaba su bastón, y las dos tiraban a un tiempo de su paleto, sonriendo ligeramente al ver
apaz de atraer novios con la tentación de una herencia, y aunque lo encontraban poco simpático, p
ería él era a Juanito; con los hijos de Pajares mostraba siempre cie
vigilar los preparativos. Vosotras, ni?as, entretened al
semejante a la dentadura de un monstruo. Sus dedos, larguiruchos y extremadamente abiert
s?-preguntó don
ad es que yo quisiera tocarlo todo en seguida, y al ver que no puedo y que he de fastidiarm
a esto con tonillo irri
anto. Mamá dice que hay que hacer algo, para no estar en sociedad parada como una ton
nito. Aquel chico no desmentía su sangre; era ordinario,
e ponga la mesa. Marcha al salón. El tí
eta acababa de tender el mantel adamascado, brillante de blancura, sobre la mesa del comedor, pieza de
bien prepara
se queme; sólo faltan unas cuantas vueltas. Adela cuida
aya, iba del aparador a la mesa, colocando el centro de plata Meneses con sus grupos de flores, las pilas de platos de charolada blancura, las bote
era una gran criada, que se ganaba a conciencia el salario. Lo mismo preparaba en la cocina una gran com
entretener al tío. Amparo cantaba, y su vocecita fina, tenue y quebradiza como un h
ondinelle i
va flor s'orn
atrocidades de la melancolía. ?Vorrei moriré!?, repetía la muchacha con acento de desesperac
distraídamente, oyendo aquella
a fonda. Pero tengo convidado a mi hermano, que es un rancio y me requema la sangre como si fuese una despi
amascadas, rígidas por el planchado, y las doblaba caprichosamente con una rapidez de prestidigitador. Quedaban sobre las
a casa como la suya había una criada c
sobre la mesa los entremeses: pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla p
i se tenía en cuenta el carácter raro del que estaba allá
tante. Ahora saca del cajón los cubiertos de plata. Los antiguos, ?sabes...? no te equivoques. Cuando sirvan el pescado puedes sacar la p
rbias labradas a martillo y heredadas del F
da el último punto, y ella al salón, a mimar al hombre t
ahora, de la romanza sentiment
na dam
re più b
ista fija en el techo, contando sin duda las flores doradas que tenía el
cosas tristes. Cantad
indicando que le era igual y
esto que cantaba es el Aria
gre. Eso de El dúo de la Africana, que
Ahora El dúo. Una cosa que están ca
u tío no va al teatro,
cosa estaba bien. Y volvió a mirar al techo, bostezando de
muy ch
muy a
a, el tío don Juan, aquel monstruo de aburrimiento y rudeza, no se conmovía, tal vez por estar mejor enterado de cómo había nac
. Sacó su reloj, la hermosa pieza cincelada del siglo ant
; pero ?a qué h
ga Rafaelit
, y bastante sacrificio es esperar una hora. Con tales desarreglo
comodes por eso.... Ni?as
donaron el salón seguidas del tío, que se detuvo en la p
esto promete. Siempre has
ada por la tardanza de su hij
arto y no viene. ?Habrá que empe
as, y en el extremo opuesto do?a Manuela, teniendo a la der
icie las lunas de grasa, y entre las rebanaditas de pan impregnadas de suculento líquido, los menudillos de la gallina, las tiernas yemas de color de ámbar y los negruzcos hígad
ito, sudoroso, sofocado, como si hubie
venir!-dijo la mamá
la barba, asomando por entre las dos alas de un cuello ?a la pajarita ?, esa protuberancia horrible llamada nuez, que parece la condecoración de la juventud raquítica. Afectaba en sus gestos y palabras la indolencia de un hombre cansado de la vida, para el cual el mundo nada
l trabajo y de la actividad, que por no estarse en los cafés charlando como un necio, pasaba los días y gran parte de las noches en los círculos recreati
un saco? ?Quién, en verano, iba más mono con el trajecito de franela y la marinera de paja? ?Quién daba mejor sombrerazo rígido, moviendo al mismo tiempo la cabeza y levantand
na discusión sobre toreros o pelotaris, dejaba a todo el mundo con la boca abierta. Bajo su frente calva, adornada con las dos puntitas lustrosas del peinado, ha
habían entretenido. El paseo estaba muy bien; trajes magníficos, sobre todo abrigos. Y hacía una relación de periódico de modas ante sus hermanas, que prestaban oíd
los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza, la col, que se deshacía como manteca vegetal, los nabos blancos y tiernos, con su olorcillo amargo; y en la otra fuente las grandes tajadas de ternera, con su complicada filamenta y su brillan
verificaban correrías devastadoras sobre la mesa. Destrozábanse los panecillos, iban vaciándose los platos de lo
ha e izquierda como una cabra vieja, y sus ojillos alegrá
ndría mala cara al ver cómo ganaban el precio del cubierto; las ni?as se harían las interesantes, comiendo poco para no parecer feas, y él mismo tragaría a disgusto creyendo que se burlaban de su modo de mascar. Pero allí estaban en su casa, podían atracarse hasta el ga?o
ndo un enorme tenedor y el afilado trinchante, hizo una carnicería que el
, viendo que su so
á mejor el chico, ahor
, el cuello cartilaginoso, los melosos muslos y el armazón chorrea
y como si olvidase las antiguas preocupaciones, miraba con igual cari?o a todos los que estaban
de vino de la bodega de los Escolapios, un caldillo rojo del llano de Cuarte, que pasaba dulcemente por el paladar, y una vez dentro, el muy traidor causaba un trastorno de mil demonios. La
la mesa al tío millonario, sacó de la cocina el plato del día, la obra maestra d
a mejor fonda!-dijo Rafae
al gusto la felicitaci
a fuente tenía una orla de rodajas de huevo cocido, y sobre la capa amarillenta que cubría el apetitoso animal, tres filas de aceitunas y alcaparras marcaban el contorno del lomo y la espina. Don Juan miraba, con la pala de plata en
n con la pobre, ah
glacial de otras ocasiones. Ahora sonreía con bondad, tenía las mejillas muy coloradas, y
longanizas con pimiento y tomate, un guiso al que daba siempre Visantet
ela apenas lo probó. Rafaelito fumaba, costumbre detestable que irritó
ez más redondeados. Al pasar junto a un balcón, hiriólas el frío que entraba por las rendijas. Llovía, y la gente pasaba chapoteando en el fango, con el paraguas calado. ?Qué bien s
n soberbio capón, panza arriba, con los robustos muslos recogidos
n hermosa no la destrozaría el desma?ado Juanito. A ver, Raf
nes que su hermano las había hecho varias veces, para asust
Amparito-. Si él toca
es en su calidad de solterón sabía un poco de todo.... ?Brava manera de masticar! Confesaban que la comida les subía ya a la garganta; pero a pesar de esto, era tan excelente la carne tierna y
-le decía su hermana-.
oy son mis días, y
ro?; y el tío, cada vez más encarnado y alegróte, engullía cuanto le ponían en el plato, y como l
y manzanas, avellanas y nueces; pero esto pasó sin gran éxito, atrevi
ó como en triunfo el turrón de Jijona y los pasteles de espuma. También era esto del género de don Juan, adorador de las cosas blandas, que se escurren dulcemente sin roce alguno hasta el fondo del estómago. Con la boca llena de merengue contestaba a sus sobrinas, que estaban cada ve
e los cuerpos, en los que empezaba la digestión, y lo agitado de las respiraciones, parecían caldear el ambiente. Los rostros se enrojecían, y a pesar de que llovía en la calle y los transeúntes
a se?ora-. Allí no
overse? Pero para su hermana era un detalle de suprema elegancia tomar el café en el salón, y d
s sobrinos! Todos estaban bien. Sentados en los mullidos sillones del salón, encontrábanse como en la gloria, sacando hacia fuera los rellenos vientres, q
ana de purgas; pero ?vayanse al diablo los escrúpulos! un día es un día, y a ver quién le quitaba lo gozado.... Nada, que aquel día era un
y no mal parecida, que imitaba a sus se?oritas en el peina
Decididamente, no tenía la cabeza bien. ?Mire usted que pensar un hombre de su carácter y sus a?os que estaría mejor servido con una chica así que con su viej
ampanilla d
berto-di
mó Amparo-. Le prometió a Ju
se habían encontra
a castigar con sus locuras y despilfarres el egoísmo y la rapacidad de sus antecesores. Era un muchacho guapo, moreno, con nariz aguile?a, barba negra y lustrosa; una de esas cabezas gallardas, audaces y de enérgica belleza varonil que se ven con frecuencia en las tribus bohemias. En su porte y en su traje notábase la tenden
?oritas; y éstas mirábanle como un ser extraordinario, como un Don Juan irresistible, recordando ciertas historias de cantadoras flamencas que
pues gran parte de la herencia de sus padres estaba ya enterrada en los garitos o entre las u?as de los usureros, pero esto no impedía que fuese un partido acepta
do de todos los hijos únicos, a quienes las atenciones exageradas de sus padres no dejan robustecerse. Era el hijo del comerciante emancipado del mostrador y dedicado al estudio por la ambición del papá. Docto y pedantuelo, algo engr
idades y ensartando los lugares comunes propios del caso, sentárons
amigos, y Juanito, a falta de mejor ocupación, jugueteaba con la traviesa Miss, c
do entre los labios, seguía sonriendo beatíficamente. Su hermana no le abandonaba
afé a los dos se?oritos recién l
y a Nelet
ro de zarzuela ante el sillón de la se?ora. Entre los t
a cada uno, más un pa?uelo de seda a Visanteta, por lo satisfecha que estaba de su mérito como cocinera. El ce?o de la habilidosa muchacha se dil
ermana era una loca, que odiaba el dinero. ?Mire usted que tirar tr
hó con expresión amable a su hermana, que, inclinada sobre él, apoyánd
i de seguro que no le parece bien dar un duro a cada criado; a mí tampoco, pero hijo mío, la costumbre es la costumbre,
n tranquilo en su digestión. Y movió va
ban siendo casaderas, y esto, ?ay, Juanito mío! esto exigía grandes apuros y no menores sacrificios. ?Qué le pasaba a don Juan? ?Había parado en seco su digestión? La gozosa sonrisa desaparecía; sus ojos, entornados voluptuosamente, volvían a entreabrir
apariencia de la casa, hasta que las ni?as encontrasen ?un buen partido?; pero
dio a entender a do?a Manuela que su hermano la oía c
ero necesitaba con urgencia ocho mil reales, pues el invierno exige grandes gastos. Ya que en la familia se habían suavizado antiguas asperezas, a ella tenía que acu
e prestarás esa cantidad, y yo te la devolveré a San Jua
s que ver el mal humor con que don
e saque yo ocho mil reales? Tú te figura
uinar a nadie. Además, ella prometía devolverlos a San Juan; y al ver que su h
o mío. Con que firmes por mí, salgo de apuros. ?Adiós digestión! Ahora sí q
o que se presenta? Eso sólo lo hacen las locas como tú, que has firmado más papel que un escribano, y miras con la mayor tranquilidad
riendos y de devolver los ocho mil reales el dí
os se va todo en intereses. Si se juntan todos tus acreedores y exigen que les pagues las deudas, más los intereses disparatados que les has recon
oberto y Andresito, dos extra?os que no podían imaginarse la verdadera situación de la casa. Por fortuna, Concha y Amp
formaba parte de las fieras, a quienes domina la música,
rió tu segundo marido me prometiste ser un modelo de economía y prudencia; y yo fui tan tonto, que perdí el tiempo y hasta algún dinero para poner a flote tu fortuna, que hacía agua por todas partes como un barco viejo.... Déjame acabar, Manuela; no me interrump
l estado de su fortuna. No tenía un pedazo de tierra libre del peso de una hipoteca; las rentas apenas si daban p
l pretexto de que las ni?as crecían y era preciso pollear y mentir, bajaste a este piso, y bajó la renta también aumentando los gastos. Ya que no podías tener un tronco, carretela y berlina, como en otra época, vendiste un campo para comprar la galerita y el caballo y mantener a ese bigardón, hijo de la tía Quica, que os roba la cebada y las algarrobas.... Sé que
y ta
a a l
de la
valen
ue comenzase la música de las ni?as, éstas atronaron el
os muchachos sólo atendían al piano, siguió hablando,
ia, siempre me acordaré de que soy tu hermano, y tendrás d
n altivez, mostrando la mirada ar
-dijo con ironía-. Pero
lara, esa bruja prestamista, o a otra persona de la clase, y firmarás un pagaré por doce o catorce mil. Estás metida en el barro y no saldrás nunca de él; por más esfuerz
darle aquella miseria; al fin, resultaba lo que ella había creído siempre: un ava
e pones nerviosa
l huerto de Alcira, que has tenido que respetar en calidad de bienes reservables. Como ahora el chico es mayor de edad y te quiere tanto, te advierto que si para hacer dinero lo mezclas en tus líos tendrás que
cos, y ella quedó con los ojos fijos en el suelo, el ce?o fruncido y la
Roberto, apoyado en el piano, hablaba con Concha, que sonreía, tecleando nerviosamente, haciend
otros?-pensaba el tío, pas
jes. El bebé, con sus ingenuidades de loquilla, tenía una habilidad diabólica para salirse siempre con la suya. Había maniobrado hábilment
or el cristal; pero el joven, pálido y tembloroso, como si le atormentase algún pensamiento oculto, guiaba la conversación
que era lo único visible de la pareja. En un momento que Concha cesó de teclea
to... ?si som
iunfos había alcanzado en la Juventud Católica. Además, él no era ningún ni?o; dentro de cuatro a?os sería abogado, y después, ?quién sabe...? Su imaginación veía confusamente en lontananza ese
oraba con la inmensa pasión de los grandes poetas; y hablaba de Dante y Beatriz, de Petrarca y Laura, de Ausias March y Teresa. Amparito escuchaba sonriente, complacida por es
e ser musa de alguien, honor que jamás alcanzaría su hermana Concha. La consideración de hacerse superior a su hermana era lo que más la empujaba a decir que sí. Además, un novio no se presenta a cada instante, y aunque existe el inconveniente d
amorosos, la ni?a le interrumpió, diciéndole con su toni
s... pero ?por Dios!